Si bien actualmente es mucho más accesible salir de viaje, no es tan común hacerlo a lugares lejanos o viajes de muchas horas, porque es caro, lejos y porque generalmente si vas mas allá de los países vecinos aparece la barrera del idioma, entre muchas otras cosas, además, a cierta edad existen algunas dificultades que hacen que la toma de decisiones sea aún más difícil: tiempo, días de vacaciones, deudas, responsabilidades, coordinación y cojones.
Pero la rutina es algo que te mata por dentro, y después de trabajar casi cuatro años en una oficina ya era momento de un cambio.
Mi antigua oficina
De pronto un recuerdo feliz se atravesó en mi cabeza.
En mis comienzos como diseñador y ñoño empedernido que ama las pantallas llenas de códigos, una amiga que vivía en el extranjero me escribió contando que había visto en uno de sus viajes a “gente como yo” con pantallas llenas de texto de colores sentados a la orilla de una piscina en alguna isla perdida y me entró el bichito, en algún momento se lo comenté a mi novia quien hace rato también estaba aburrida de su trabajo y ya quería hacer un viaje.
Comenzamos a buscar algún destino entretenido que nos gustara a ambos y llegamos a la conclusión de que Nueva Zelanda sería perfecto para lo que estábamos buscando, un lugar tranquilo, con buen clima, culturalmente atractivo y donde se valore el trabajo que hacemos, además de todos los beneficios que un país del primer mundo puede ofrecer.
Aunque debo admitir que siempre he rayado con la idea de vivir al lado de un lago solitario en Suiza haciendo algo que solamente yo puedo hacer y que me paguen por hacerlo una cantidad estúpidamente grande de dinero, pero que eso no importe para nada, por que mi día sería trabajar, cortar leña para el frío de la noche y escuchar música sentado en una silla de terraza. Pero eso tal vez sea para después.
Obviamente sabíamos de la existencia de la Working Holiday y dijimos por qué no. Se veía como la mejor opción y varios amigos ya la habían hecho y contaban maravillas de su experiencia por lo que nos pusimos en campaña para ahorrar y no comprar nada mas para el departamento, ni muebles, ni nada que no entrara en una maleta y guardamos el secreto de nuestro plan maléfico a casi todo el mundo. Tengo una obsesión con las sorpresas.
Llegó la fecha de la postulación de Argentina, un mes antes de la chilena ya que mi novia es importada de ese país y nos sentamos frente al computador media hora antes de la apertura de las postulaciones, con las preguntas ya previamente escritas en un Word para copiar y pegar y tratar de demorarnos lo menos posible.
Todo listo y dispuesto, comenzamos a rellenar el formulario y empezamos a pensar qué lugares íbamos a visitar, qué nombre le íbamos a poner al perro y de qué color pintaríamos la casa. Hasta que el icono del navegador comenzó a girar sin hacer nada por un buen rato.
No voy a revivir la agonía contándoles los detalles de cómo fue y de cuántos intentos hicimos para que funcionara, el caso es que estuvimos 45 minutos rellenando el formulario y al momento de llegar al final obviamente ya no quedaban vacantes. Tragedia.
Después del estrés post postulación fallida y de una larga conversación acerca de nuestras opciones no nos desanimamos y esperamos a la postulación chilena. Vamos que se puede!
Cuento corto, paso exactamente lo mismo o peor.
Uds, no se depriman, que viene la mejor parte. Esperamos un año más y como ya teníamos todos los cachirulos hechos decidimos renunciar a nuestros trabajos, vender TODO y llenar las dos maletas que te permiten en el avión e ir a NZ a postular, obvio, porque ya teníamos el formulario pre-llenado, estaríamos más cerca, no tendríamos el problema de conexión y solo tendríamos que pagar. ¿Qué podría pasar?
Paso de todo, estuvimos dos semanas vendiendo cosas, desprendiéndonos de todo lo que con esfuerzo habíamos comprado. Planificamos milimétricamente nuestra renuncia para que coincidiera con la entrega del departamento que arrendábamos, nos despedimos de nuestros amigos y dejamos algunas semanas para estar con nuestras familias en la ciudad de cada uno.
El 15 de Septiembre del 2018, justo antes de las fiestas patrias, viajamos a Auckland y nuevamente nos sentamos a postular. Me encantaría contarles que esta historia salió perfecta y que estamos celebrando en un bar de Queen St. junto a unos amigos kiwis que conocimos en el museo de la memoria (Museo de la Guerra) del parque Domain pero al parecer el dios de las visas de trabajo no está de nuestra parte.
Nos encantó NZ los 4 días que estuvimos recorriendo, es hermoso. Su gente es extremadamente amable que sorprende, sus calles están limpias y llenas de culturas diferentes. A pesar de que nos gustaría recorrer más, solo podríamos quedarnos los 3 meses que dura la visa de turista y quemaríamos todos los ahorros que tenemos porque es caro y al no tener la visa no podemos trabajar.
El desafío ahora es ser nómade, ya salimos de la famosa zona de confort de la que todo el mundo habla, viajamos casi 24 horas en avión sin contar las horas de espera en los aeropuertos de Chile, Auckland, Sydney y Denpasar. Tengo dos maletas con todo lo que poseo en el mundo y estoy con pantallas llenas de texto de colores sentado a la orilla de una piscina en alguna isla perdida descifrando qué hacer.